En la naturaleza no existen fronteras.
Hay reglas de convivencia en el ir y venir de las especies.
Sólo el género humano delimita lo que considera su espacio,
y, por tanto, define su relación con “el otro”.
En muchas partes del campo en Oaxaca,
la gente marca la frontera entre pueblos con una mojonera
que traza un límite invisible.
Así se establece el terreno que le pertenece a cada pueblo,
sin afectar el libre tránsito.
Entre milpa y milpa una simple piedra o un palo
sirve para marcar el borde de la propiedad y los cultivos de cada habitante,
en un acuerdo de mutuo respeto.
Son las reglas de convivencia de la “comunalidad”.
A estos se les puede llamar límites “blandos”,
en contraposición a aquellos
que, al impedir el paso,
establecen una relación distinta con “el otro”.